jueves, 7 de agosto de 2008

tradiciones desconocidas (por mí) 1

Acabo de regresar de comer. Son las 14.40 y antes de volver al tajo estamos todos a la sombrita, charlando un rato.

Estoy en Salamanca, en una obra en la que tratamos de restaurar parte de la Iglesia de San Millán, una iglesia que tiene un ábside románico, la fachada y la tribuna góticas, y un algunos desastres constructivos del siglo XX.

Pues la iglesita hace tiempo que necesita un poco de cirugía, ya que tiene algunos puntos que están algo descuidados. La torre tiene una grieta en toda su altura que afecta a su estabilidad y la tribuna, por el peso de la estrutura de madera del tejado se ha desplomado. Total, unos retoquitos y como nueva.

La iglesia está en el mero centro de Salamanca, en la esquina de las calles Libreros y Veracruz. Muy cerquita de la fachada de la Universidad (ésa donde cada vez que pasas ves gente señalando hacia arriba)

Así que con este calorcito unos momentos de conversación a la sombra están muy bien.

Antonio (el carpintero): Carlos, cuánto dirías que tiene de diámetro la bola de ahí arriba?

















Carlos (el aparejador): mmmmm pues no sé, espera.... Un metro y medio.

Antonio: Casi! un metro ochenta.

Carlos: Tú has subido hasta arriba?

Antonio: No, no se puede. Sólo se puede subir hasta la terraza cuadrada de debajo de la cúpula. Si quieres subir a la linterna o al cupulín, arriba del todo, hay que hacerlo por fuera. Y eso sólo lo hace....El MARIQUELO!!!!!

Carlos: (con voz de muchachada nui) EL MARIQUELO!!!???????

Antonio: sí, el mariquelo....

Y ahí va la historia que Antonio me contó en cinco minutitos, antes de seguir trabajando en la iglesia:

"El 31 de Octubre de 1755, las entrañas de la tierra bramaron a escasos kilómetros de las costas de Lisboa. El terremoto pasó a formar parte de esa espantosa lista de los más devastadores de la historia. Aunque en aquella época, la sismología contaba bien poco, podemos imaginar un desastre similar al del famoso terremoto de San Francisco, en el pasado siglo. Según las crónicas de la época, Lisboa quedó totalmente arrasada.
El temblor de tierra se propagó a cientos de kilómetros de allí y en la capital salmantina, a la misma hora en que Lisboa se llenaba de escombros, la población se refugiaba en la catedral presa del pánico, mientras sentía los tañidos de las campanas sonando sin intervención humana, y el suelo tambaleándose bajo sus pies.
Uno de los efectos de aquel movimiento de tierra fue la inclinación de la torre de la Catedral Nueva, que actualmente tiene, efectivamente, una ligera inclinación sobre el plano, imperceptible a simple vista, pero que no quita para que haya sido apuntalada interiormente en varias ocasiones.

El Cabildo catedralicio de Salamanca en aquel momento, dio origen a lo que más tarde se convertiría en una tradición, cuando estableció que todas las vísperas del día Todos los Santos (tal día como el del desafortunado suceso), subiese alguien para tocar las campanas, incluso la más alta y externa de la torre (la denominada "del Reloj" que se encuentra en el Cupulín, que solo es accesible desde fuera de la cúpula de la torre), como acción de gracias al Señor por evitar mayores catástrofes y rogar porque no sucediese nuevamente. Al mismo tiempo, el encargado de cumplir con tal misión, debía trepar al pináculo con el fin de medir la angulación de la torre de año en año.
Dentro de la catedral tenía su vivienda una familia encargada de llevar a cabo los distintos toques de campanas, y fueron ellos los encomendados para cumplir con el edicto del Cabildo catedralicio. En Salamanca eran sobradamente conocidos. El apodo de la familia: Los Mariquelos.

En 1976, Fabián, el último descendiente de la familia de los Mariquelos cumplió por última vez con una tradición centenaria. Después de aquello, se dio por perdido aquel rito.
Sin embargo, Ángel Rufino de Haro, rescata nueve años después aquel cometido y el 31 de Octubre de 1985, asciende a lo más alto de la torre de la Catedral Nueva de Salamanca, toca la campana del Reloj, trepa hasta la Veleta, en lo alto del pináculo con el tamboril al hombro y agarrado por medio de las piernas a la bola que sustenta el punto más alto de la Catedral, más allá del cual se extiende el cielo, toca la gaita y el tamboril durante un cuarto de hora a ritmo de charrada.
Ángel Rufino de Haro acababa de rebautizarse en ese momento como "El Mariquelo", el depositario de la antorcha que obliga a cumplir con esa tradición.
Año tras año, el Mariquelo realiza la ascensión a la Torre y Veleta de la Catedral, vestido con el traje tradicional y portando sus instrumentos de trabajo, la gaita y el tamboril. Una subida que pone los pelos de punta, al contemplarle encaramado al exterior de la cúpula, al ver algún que otro resbalón mientras asciende, o al oirle tocar desde las alturas."


EL MARIQUELO


1 comentario:

Emili Manrique dijo...

Esas historias a la sombra del verano...genial!

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