martes, 24 de marzo de 2009

aparejando (9)


Siempre ocurre igual.
O mejor dicho, siempre me ocurre igual.
Cuando se acerca el final de una obra, cuando ya vislumbro los finales de los últimos trabajos y acabados de una obra, me entra un bajón irremediable. No puedo hacer nada, me viene así y ya está. Y lo único que he podido hacer con el paso del tiempo es acostumbrarme a ello, reconocerlo cuando llega y convivir con esa especie de apatía final. Tiene que ver con no querer que llegue, tiene que ver con toda la energía y tensión puesta en todos los meses que transcurren entre el inicio y el final de una obra. Y supongo que tiene que ver con la energía y tensión puestas entre el inicio y el final de cualquier cosa siempre que el final lo intuyamos, lo preveamos, lo esperemos.
Ahora estoy sentado en la caseta de obra. Afuera la gente pasea por Aranjuez, por la rambla de la Calle Capitán Angosto Gómez Catrillón. Abuelos con boina y bastón, parejas de inmigrantes, estudiantes, mujeres y hombres paseando al perro.
Y detrás, la obra.
En estos momentos el interior del edificio está completamente forrado de papel de estraza y plásticos. Como si fuera un montaje de Christo, pero al revés. Los pintores están lijando la superficie de todas la paredes y techos, y van a dar las últimas manos de pintura a pistola. No hay mucha gente más. Los pintores siempre quieren ser los últimos en trabajar, y no les gustan las aglomeraciones. No siempre es posible contentarlos, pero sé que tienen razón.
En realidad todos quieren ser los últimos. Herreros, electricistas, los de la tarima...pero se trata de convencer, de coordinar, de discutir incluso. La lógica marca que no todos pueden ser los últimos. "Bueno, pero si alguien ralla la tarima no me hago responsable...", "bueno, pero yo tengo que colocar los vidrios cuando la obra esté limpia...", "sí, claro, pero los embellecedores de los interruptores se colocarán después de pintar no?", "y las máquinas de aire acondicionado? habrá que pintar detrás de ellas no?" etc, etc, etc.
Ya llega el final.
Queda esta semana y parte de la que viene.
Después el edificio ya pertenecerá a sus propietarios, y entrarán los del mobiliario de oficina, los informáticos y unos cuantos gremios más que ya no serán responsabilidad mía.
Por suerte.

Siempre he considerado que el oficio de jefe de obra tiene mucho que ver con el cine. Me explico. En realidad la construcción tiene que ver con el cine. El arquitecto (o EL DIRECTOR) piensa un edificio, una vivienda, una actuación. La tiene en la cabeza. Y la plasma gráficamente. Se valora económicamente y se busca una financiación. La promotora (LA PRODUCTORA) contrata los servicios de una constructora (PRODUCCIÓN EJECUTIVA) que pone el proyecto en manos de un jefe de obra (JEFE DE PRODUCCIÓN) que coordinará a todos los gremios que intervendrán respetando el presupuesto inicial y los plazos establecidos en contrato para llegar al resultado pensado por el arquitecto. Las tensiones, contrataciones, pruebas, satisfacciones parciales, correcciones, la mano izquierda (y la derecha) no creo que sean muy diferentes en una obra y en un anuncio publicitario, o una película.
Una vez escuché a un director de cine que decía que una película no es más que "una sucesión de renuncias". Imagino que un arquitecto entiende perfectamente esta frase. Un proyecto no es más que una sucesión de renuncias. Una obra no es más que una sucesión de renuncias.
Y conseguir un resultado hermoso, satisfactorio, aun después de meses de pequeñas renuncias sobre la idea original, es lo que más llena de orgullo. Un orgullo tímido, mudo, discreto, íntimo. Pero orgullo.

Aunque siempre me ocurre los mismo. Y es que cuando veo cerca el final lo que tengo ganas es de que llegue de una vez.
Y empezar la siguiente obra.

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