miércoles, 15 de septiembre de 2010

mudanzas (2)

Un hombre alto y fuerte en una cama. Respira con ayuda. Ojos cerrados. Cerrados y abiertos. Los abre y ve figuras que se acercan y le besan. Y le sonríen. Él intenta sonreír pero le cuesta. Los reconoce. A todos. Y piensa en su vida; es inevitable. Y piensa que también es inevitable la muerte. Ha luchado mucho, y en ocasiones ha visto cerca el final, muy cerca, pero le parece mentira que el momento haya llegado. Porque siente que ha llegado aunque nadie le haya dicho nada. Él lo sabe. Tiene muchas tablas. Han sido muchos años. Años de todo. De alegrías, de deseos, de miedos, compartidos y solitarios, de amar, de llorar, de ir de fiesta, y de pendonear, de reír, de reír mucho. Y de hacer reír. No siente pena. Tampoco dolor. Ya no le duele nada. Eso le alivia. Sólo le preocupa cómo van a estar los suyos. Pero aunque nadie lo vea él sonríe. Sonríe hacia adentro porque le cuesta hacerlo hacia fuera cada vez más. Y siente que cada vez hay más cosas hacia adentro que hacia fuera. Ve a sus hijos. Orgullo, esfuerzo, dedicación y ternura. Ve a su mujer. Su compañera. No tiene palabras. En serio no las tiene, porque ella le ha dado tanto, tanto…y se pone a pensar en tantos momentos, en tantos lugares, en tanta gente. Y sabe que todos están pensando en lo mismo. Porque él también lo piensa. Qué ocurrirá después.

Un hombre con traje está de pie frente a una cama. Mira a su padre. Él es hijo y también es padre. Piensa en sus hijas. En su mujer. En el trabajo, la casa, las autopistas, el pueblo, el mar. Y una guitarra. Piensa que a su padre le cuesta respirar cuando ayer estaba tan bien. Y en la cabeza se revuelven tal cantidad de pensamientos que necesita salir al pasillo. A respirar y a llorar. Y a ordenarlos. Y ve a su hermano. Intenta retener imágenes del pasado, intenta cazar risas y sonrisas, bromas, momentos en familia y meterlos en una jaula para que no escapen más. A veces lo consigue. Con total nitidez. A veces le cuesta más. Tiene miedo, el miedo universal a la ausencia, al vacío. Y mata el tiempo recibiendo a las visitas y hablando de otras cosas. Porque cuando vuelve a entrar y ve a su madre aferrada a la mano de su padre se le parte el alma. Han sido muchos años luchando juntos. Por qué coño ahora. Sabe que la pregunta es absurda, pero por qué coño ahora.

Una mujer. Una. Mujer. Una roca. La piedra que sostiene la familia. Siempre es así. Suele serlo. Toma a su marido de la mano porque no quiere perder ninguna sensación. Piensa que si lo acaricia, lo besa, lo limpia con suficiente intensidad quedará para siempre en su memoria. Huele. Mira. Sonríe. No llora. Hace tiempo que no lo hace. Demasiado. Y está pendiente de todo. Y de todos. Hijos, nietas, nueras, sobrinos, sobrinas, hermana, visitas. Y de él. Vida mía, vida mía, cariño, cariño, cariñocariñocariñocariño…

Otro hombre conoce desde hace poco a la familia, pero siente un gran cariño por ella. Desde la perspectiva que da estar afuera de la vorágine de sentimientos sabe que saldrán adelante. Porque se quieren y son fuertes. También quiere despedirse. Porque sabe que algún día él vivirá lo mismo. Y entonces no puede evitar pensar en los suyos. En todos. Y se estremece ligeramente. También saldrá de la habitación en ese momento.

Lo que era miedo a la ausencia ya es ausencia.

Pero la ausencia es sólo eso, nunca olvido.

Ahora nos toca a nosotros.

Vivir.

Y recordarlo

No hay comentarios:

site meter