viernes, 15 de octubre de 2010

mendoza

Empecé por LA VERDAD SOBRE EL CASO SAVOLTA, y me gustó su prosa, su castellano. Me la había recomendado mi amigo Andreu en la facultad. Eduardo Mendoza era vecino suyo y recuerdo que Andreu nos contaba que viajaba mucho, que le pedía a sus padres que le compraran todos los periódicos de cada día, y que era Andreu quien muchas veces se encargaba de bajárselos cuando volvía. Después, en casa, descubrí por una de esas situaciones que después he vivido en repentinas ocasiones que mis padres tenían la novela. La leí en la edición original, años 70. Uno no se fija en lo que tienen sus padres, ni en sus gustos, hasta que empieza a sentir interés por cosas parecidas. Pero fue la segunda novela la que caló hondo en mí. EL MISTERIO DE LA CRIPTA EMBRUJADA la recuerdo como un libro que provocaba que riera a carcajadas, solo, en el autobús. Sin poder reprimirlas. Nunca me había sucedido nada parecido y con los años debo decir que no me ha sucedido muchas veces más. A veces no sabes por qué conectas con un estilo, un sentido del humor y una forma de escribir. A veces descubres que gente que acabas de conocer conecta de la misma manera con ese mismo autor y un hilo de complicidad te une a ellos. Ocurre a veces, simplemente...

Hoy leo que esta noche va a ganar el Premio PLANETA. Ya se sabe que las novelas se presentan bajo pseudónimo para garantizar que no se filtre el ganador antes de la ceremonia pero...ya se ha convertido en costumbre que todo el mundo sepa al ganador antes de que se declare solemnemente. Y aunque no lo gane, qué más da, la noticia me ha hecho pensar en él, y aquí va el comienzo de la novela que hizo que me enamorara de este escritor algo vaguete, intelectual, discreto que pese a no escribir en catalán sabe captar perfectamente las virtudes y defectos de nuestra sociedad, y plasmarlos en el papel con un sentido del humor exquisito, fino, de orfebre:

"

UNA VISITA INESPERADA

HABÍAMOS SALIDO a ganar; podíamos hacerlo. La, valga la inmodestia, táctica por mí concebida, el duro entrenamiento a que había sometido a los muchachos, la ilusión que con amenazas les había inculcado eran otros tantos elementos a nuestro favor. Todo iba bien; estábamos a punto de mar­car; el enemigo se derrumbaba. Era una hermosa mañana de abril, hacía sol y advertí de refilón que las moreras que bordeaban el campo aparecían cu­biertas de una pelusa amarillenta y aromática, in­dicio de primavera. Y a partir de ahí todo empezó a ir mal: el cielo se nubló sin previo aviso y Carrascosa, el de la sala trece, a quien había en­comendado una defensa firme y, de proceder, con­tundente, se arrojó al suelo y se puso a gritar que no quería ver sus manos tintas de sangre hu­mana, cosa que nadie le había pedido, y que su madre, desde el cielo, le estaba reprochando su agresividad, no por inculcada menos culposa. Por fortuna doblaba yo mis funciones de delantero con las de árbitro y conseguí, no sin protestas, anular el gol que acababan de meternos. Pero sabía que una vez iniciado el deterioro ya nadie lo para­ría y que nuestra suerte deportiva, por así decir, pendía de un hilo. Cuando vi que Toñito se empe­ñaba en dar cabezazos al travesaño de la portería rival ciscándose en los pases largos y, para qué negarlo, precisos, que yo le lanzaba desde medio campo, comprendí que no había nada que hacer, que tampoco aquel año seríamos campeones. Por eso no me importó que el doctor Chulferga, si tal era su nombre, pues nunca lo había visto es­crito y soy duro de oído, me hiciera señas de que abandonara el terreno de juego y me reuniera con él allende la línea de demarcación para no sé qué decirme. El doctor Chulferga era joven, bajito y cuadrado de cuerpo y se tocaba con una barba tan espesa como el cristal de sus gafas color de cara­melo. Hacía poco que había llegado de Sudamérica y ya nadie le quería bien. Le saludé con una deferencia conducente a disimular mi turbación.

—El doctor Sugrañes —dijo— quiere verte.

Y respondí yo para hacer la pelota:

—Será un placer —añadiendo acto seguido en vista de que la precedente aseveración no le arran­caba una sonrisa—, si bien es verdad que el ejerci­cio tonifica nuestro alterado sistema.

El doctor se limitó a dar media vuelta y a ca­minar a grandes zancadas, comprobando de vez en cuando que yo le seguía. Desde lo del artícu­lo, el doctor se había vuelto desconfiado. Lo del artículo era que había él escrito uno titulado «Des­doblamiento de personalidad, delirio lúbrico y re­tención de orina», que abusando de su desorien­tación de recién llegado, dio a la luz Fuerza Nueva con el título «Bosquejo de la personalidad monár­quica» y con la firma del doctor, lo que le sentó mal. A media terapia daba en exclamar con amar­gura:

—En este país de miércoles hasta los locos son fashittas.

Lo decía así, y no como nosotros, que pronun­ciamos todas las letras conforme van viniendo. Por todo lo cual, según iba relatando, obedecí sus órdenes sin replicar, aunque me habría gus­tado haber podido pedir permiso para ducharme y cambiarme de ropa, ya que había sudado bas­tante y soy propenso a oler mal, especialmente cuando me hallo en recintos cerrados. Pero no dije nada."

No hay comentarios:

site meter