lunes, 6 de diciembre de 2010

las mujeres de negro


















No puedo dejar de pensar que hay cosas que no elegimos. Unas cuantas: la familia más cercana, el lugar donde nacemos y sobre todo el momento en que lo hacemos.
Qué me diferencia del otro...? Pues seguramente un porcentaje más elevado del que creo de azar.
El resto, inquietudes más o menos desarrolladas, unos principios adquiridos que no saben de clases sociales y la dosis de sentido común que sepamos absorber del entorno.
Pero poco más...dicho entorno también nos ajusta la manera de vestir, de contestar, el tono de voz, el tipo de vehículo, la decoración de una vivienda, nuestro ocio...no somos tan originales ya que en otro momento y/o contexto geográfico todos esos aspectos de nuestra vida que creemos con fuerza que son inseparables de nuestra esencia serían simplemente otros.
Hubo una época en nuestro país, una época que parece muy lejana y no lo es tanto, en la que influía muchísimo más que ahora la cuna donde nacías y el lugar. Paredes de pizarra que encerraban pocos metros cuadrados y lumbre para dar calor a cinco, seis, siete...Códigos aceptados, que no se discutían, roles fijos, inamovibles. Más por practicidad que por sexismo. No había mucho margen al debate ni tiempo que perder. Pero en el sufrimiento sí había igualdad. Mujeres que llenaban los campos con la espalda doblada durante ocho, diez, doce horas sembrando y recogiendo. Cantando.
Los afectos no sabían de psicoanálisis, las lágrimas y las sonrisas salían sin filtro.
Bautizos, bodas y entierros. Lugares de reunión.
Ellos y ellas lo tienen claro, no hay lugar a dudas: "hasta que no llegó la democracia en este país lo pobres no hemos podido vivir bien" y entonces hacen un ejercicio rápido de ligar ideas y unen también sin filtro, a pelo, democracia y socialistas. Y no hay más que hablar.
Hoy podemos juzgarlos desde nuestra climatización por suelo radiante o desde nuestro todoterreno pagado en B, desde nuestros colegios bilingües y desde nuestras vacaciones todo pagado. Incluso podemos juzgarlos desde nuestra tolerancia y desde nuestros campos de trabajo, desde nuestro pañuelo palestino y desde nuestras bicicletas.
Pero no conviene olvidar a esas mujeres de negro que caminan poquito a poco, que saludan a gritos, con la espalda encorvada de tanto haberse encorvado, con unos dedos que tienen todos los accidentes geográficos que la vida les ha hecho pasar. Esas mujeres han criado mil hijos, han perdido algunos, han cuidado familiares, han enterrado maridos y han vivido después en soledad con los recuerdos. Cualquier persona, hoy día, diputada o cirujana, directora financiera o profesora, que viva alguna de esas penalidades merece toda nuestra admiración. Y la mía.
Pero las mujeres de negro que hoy cuentan los ochenta y noventa años las vivieron todas juntas. Y trabajaban, vaya que si trabajaban.
Hoy siguen reuniéndose, en entierros.
Yo tengo la suerte de poder acercarme a las mujeres de negro, eventualmente, en un pueblito muy pequeños de la provincia de Cáceres. La madre de María es de allí. Así podemos acompañarlas, y escucharlas, y darnos una inyección de sentido común directamente en vena, para poder retener el máximo de información y recordarlas.
Y no hace falta hacer un ejercicio demasiado complicado para ponerse en situación y entender de qué hablo. Basta salir a la calle, porque hoy las mujeres de negro visten ropas de colores y vienen de Senegal, o Ecuador.
Y siguen cuidando los niños de los señoritos.
Y siguen limpiando las casas de las señoras.
En democracia.

(la foto es cortesía de Portaje, escaneada por Fidel)

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