viernes, 27 de diciembre de 2013

aparejando (46). (desmontando) la tradición constructiva


La tradición constructiva es muy importante.
Y sobre todo sería deseable mantenerla al máximo.

No soy un talibán de la piedra y la madera. Me encantan, pero también el acero inoxidable, la fibra de carbono, la resina epoxi y los composite.
Con tradición constructiva me estoy refiriendo al conocimiento adquirido durante siglos. Y la importancia de no tirarlo a la basura.

Durante muchísimos años hemos ido perfeccionando el método en que construíamos. Y lo pongo en tiempo pretérito porque desde la última mitad del siglo XX se dejó de perfeccionar. Y lo pongo en imperfecto porque es lo que siempre fue, un análisis comprobado con pruebas y errores.

De modo que, pese a que estructuralmente los cambios se habían generado ya a principios de siglo y fueron -como siempre lo son los cambios estructurales- lentos y seguros, empezaron a surgir nuevos materiales que iban destinados a los acabados, a las pieles de las edificaciones, y que se adoptaron sin demasiado cuestionamiento.
A éstos siguieron otros materiales que se empleaban en las capas que crean el confort de las edificaciones, y donde la inercia térmica la generaba la robustez de un buen muro ahora había materiales de aislamiento térmico que permitían reducir dicho espesor y de paso costes al ejecutarse de manera mucho más rápida. Y dónde se daba importancia capital al tratamiento de las pendientes y las ventilaciones por el conocimiento del comportamiento del agua, empezaron a proliferar materiales laminares que aseguraban una impermeabilización completa y absoluta.

El problema es que a estos nuevos materiales fueron siguiendo otros, y luego otros, sin dejar tiempo siquiera a que reposaran los primeros, a que se perfeccionara su colocación, a que transcurriera el tiempo mínimo y lógico para comprobar que funcionaban bien.
Y así fuimos descuidando la experiencia, el conocimiento adquirido, y sustituyéndolo poco a poco por marcas y productos.

Y entonces llegamos a épocas en que los egos de ciertos políticos y de ciertos arquitectos fueron adquiriendo dimensiones desconocidas, exageradas, peligrosas.
Y llegamos con un catálogo brutal, extensísimo de marcas y productos, pero los profesionales también llegamos menos formados, menos reflexivos, menos experimentados. Habíamos perdido la tradición constructiva. Eso sí, hacíamos unos renders espectaculares.

Y ahora nos sorprende que se desprenda un revestimiento metálico o la pintura exterior aplicados sobre una viga metálica a quince metros de altura en el Palau de les Arts de Valencia, o que no haya prácticamente ni un sólo edificio insignia de ninguna localidad de esté país que funcione tal y como fue proyectado, que no haya prácticamente ni un ático de ningún edificio de nueva construcción -de los últimos 15 años sobre todo- que no tenga goteras o filtraciones por capilaridad, o condensaciones en vidrios extradimensionados...

Porque todos esos edificios son prototipos, singularidades, elementos únicos, pruebas, ensayos, caprichos. Y porque para probar que algo funcionaba en el siglo XIX (igual que en el siglo XVIII, XVII, XVI, XV...) se esperaba 50 años como mínimo, y hoy día no ha pasado 50 años de prácticamente ninguno de los nuevos productos que utilizamos en construcción.

Pero da igual, porque todo está garantizado por 10 años, que es lo que exige la ley. Y si falla responderá algún seguro.

¡10 años!
Eso no es nada...


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