En mi país solemos dejar las cosas importantes para otro momento, para "cuando conviene".
No es nuestra única cualidad, tenemos muchas otras, pero ésta es una.
Entonces nos encargamos en cada momento únicamente de aquéllo que conviene.
Y normalmente la agenda la marcan aquéllos a los que conviene.
Así ocurre cuando dejamos de lado una nueva ley electoral, o una nueva ley de responsabilidad política, o una nueva ley que regule los deshaucios, o una discusión seria sobre la territorialidad.
Además tenemos la costumbre de fijarnos en las formas y en los tiempos.
En eso somos muy estetas. Muy finos.
En mi país solemos dejar el fondo de los asuntos para aquéllos que les guste perder el tiempo con detallitos.
Porque en mi país importa mucho más el cómo y el dónde que el qué.
Y es fascinante observar cómo temáticas de gran trascendencia social, económica o política suelen quedar guardadas en sótanos de olvido preparadas para cubrirse de polvo. Sólo por no haber elegido bien el cómo y el dónde.
Y es que hay que vigilar, hombre, que hay expresiones que no se pueden decir, que hay lugares donde hay que hablar con respeto, que hay un tiempo para cada cosa, que eso ahora no toca, que me ofendes, que te ofendo? que me ofendes sí qué pasa.
Pues nada, no suele pasar nada, para eso inventamos el derecho a sentirse ofendido.
Y pelillos a la mar.
El tiempo suele ser terminar por tozudez haciendo que los temas cubiertos de polvo salgan a la luz, pero el tiempo es relativo como ya sabemos.
Y los tiempos, o las urgencias, no son las mismas para los estetas que para los amantes de los detallitos, de modo que la sensación es siempre -como decía Serrat- de "llegar siempre tarde donde nunca pasa nada".
Quizás nos pondremos todos de acuerdo en que el Rey debe abdicar el día que ya no haya rey.
No sería nada raro...
No hay comentarios:
Publicar un comentario