Es curioso observar cómo algunos terrenos pueden ser tan malos para asentar edificios y tan buenos para hacer vino. O quizás no es ni siquiera curioso, sino normal, que un terreno tenga su objetivo deseado, su futuro decidido, su destino, y seamos como siempre los humanos los que nos dediquemos a decidir por él. Así terminan agrietándose fachadas y cayéndose edificios, como signos de tristeza o venganza de los suelos sobre los que los elevamos un día sin pensar que lo que querían ser eran viñedos...
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