sábado, 12 de julio de 2008

sábado a las 8.00 AM

Hace tiempo que quería escribir algo sobre el Manifiesto en Defensa del Español. O como se llame.
Mi opinión, básicamente, se reduce a que no tengo la sensación que el español necesite defensa alguna. Sin más. No manejo estadísticas al respecto, pero me quedo con el primer parágrafo de un artículo de Josep Ramoneda del domingo pasado en El País:

"Un ciudadano de Cataluña que lo desee puede vivir en este país sólo con la lengua castellana; un ciudadano de Cataluña que lo desee no puede vivir sólo con el catalán. Ésta es la asimetría sobre la que está construido el Manifiesto por una lengua común que la prensa conservadora madrileña ha convertido en el juguete político de la temporada. Para un catalanohablante, el bilingüismo es obligatorio; para un castellanohablante, no. Es una peculiar interpretación de la equidad lingüística."

Sin ahondar más sobre la cuestión, y sin entrar a valorar a los firmantes (cada cual firma por lo que cree conveniente), desde Madrid ahora, siempre he sentido de manera muy injusta la valoración que desde otros lugares de España se ha hecho (o se nos ha trasladado) de la convivencia del castellano y del catalán en Catalunya.

Yo creo haber vivido varias etapas de esta convivencia. Recuerdo que en EGB, en un colegio privado de Barcelona nos separaban por cuestión de lengua materna. Había dos clases por curso de "castellanohablantes" y una de "catalanohablantes". Yo pertenecía a la primera, y recuerdo que la forma normal en que nos referíamos a los del "C" era "los catalanes", y ellos a nosotros "los castellanos". Ese era el delirio de principios de los 80. Se puede acomodar dentro de un contexto político estatal concreto sin muchas dificultades, y se comprende el momento y la situación. Pero era un delirio igual. Todos habíamos nacido en Catalunya. Todos éramos catalanes.

Más adelante, y creo que con acierto, se optó por lo que se llamó la inmersión lingüística. Y tengo la impresión de que con bastante naturalidad se fueron dejando de hacer aquéllas divisiones un tanto crueles entre niños.
Incluso esforzándome, no llego a ver dónde reside lo malo en este asunto.
Siempre he pensado que los ciudadanos tienen mucho más sentido común que sus políticos, y siempre he pensado que la reacción natural de la gente frente a la propuesta política más delirante (y respecto a la lengua ha habido unas cuantas) suele ser la más acertada. Creo que la sociedad, en su conjunto, suele rechazar lo que no le conviene y suele adoptar lo que le interesa.
Y en Catalunya (salvo los casos aislados de estupidez que pertenecen a ese porcentaje extrapolable a cualquier comunidad), también.

Ahora bien, no comulgo con las simplificaciones, y a veces la información que se extiende entre la sociedad catalana no se ajusta a la realidad.
España no es Madrid.
El Gobierno de España no es Madrid.
Es más, TeleMadrid no es Madrid.
Madrid es una ciudad donde la gente se levanta temprano, como en Barcelona, para ir a trabajar. Donde se comen atascos (doy fe), tienen broncas con el jefe, con la novia, van a visitar a familiares al hospital, tienen hijos, novias, amantes, se van a esquiar, viajan a NYC, van a ver cine en versión doblada o subtitulada, etc.
Madrid es una ciudad donde la gente pone la tele y elige lo que quiere ver. Y normalmente lo que eligen no es TeleMadrid.
Quizás sea por la simplificación de sus mensajes. Como éste:




Telemadrid tiene alrededor de un 8-10% de audiencia en su Comunidad de Madrid. Lo dicho, la gente tiene sentido común y suele rechazar lo que no le conviene y adoptar con naturalidad lo que le interesa.
Fernando Berlin en su blog añade más información: http://www.radiocable.com/helicoptero-de-telemadrid-348234.html

El reportaje no tiene desperdicio. Parece de Muchachada Nui.
Por cierto, yo en Cádiz también tengo problemas para entender. Pero qué bonito es!

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