miércoles, 20 de enero de 2010

vuelan flechas, necesito una trinchera


Hace años (el texto es de 2005) leí en El País la siguiente columna de Eduardo Mendoza. Coincidí tanto con lo que en ella describía que la he utilizado en infinidad de conversaciones desde entonces (sobre todo el final). Y parece que hoy en día, más de cuatro años y mucha tinta derramada en artículos, columnas y Recursos ante el Constitucional, sigue muy vigente. Hoy tenemos el Estatut de Catalunya otra vez en las páginas de los diarios, como ya lo estuvo en 1932...y no parece que nada haya cambiado demasiado ni desde los años anteriores a la Guerra Civil ni tampoco desde el 2005.
Unos seguirán buscando sus donquijotes (como Edu comentó perfectamente en su blog un día...Edu, no trobo el post sobre l'OPA) y otros seguirán buscando en los medios hostiles razones para movilizar a los suyos.
La desconfianza instalada desde hace años, siglos.
Como indica el panfleto que encabeza el post.
Hasta no saber a qué atenernos..... Pues eso, hasta no saber a qué atenernos nos vamos dando cera que el que da primero da dos veces.
Y enmedio, los que nos sentimos heridos por flechas lanzadas desde los dos lados.

La columna de Mendoza:

"Recuerdo haber aprendido de niño, en el colegio o en otro sitio, da lo mismo, que la India se regía por el sistema de castas. Uno nacía en una casta y de ahí no había quien lo moviera. Brahmín, guerrero, sacerdote, comerciante, campesino, obrero o paria, la casta determinaba la posición de cada cual en la sociedad, su oficio, la gente entre la que había de elegir sus amistades y su cónyuge, la forma de comer y de vestir; en fin, todo, porque así lo había dispuesto Dios o la fatalidad, y punto. La información se me quedó grabada por lo que tenía de raro y de extremo, porque era exótica, como todo lo relacionado con la India, y porque proporcionaba un sistema clasificatorio sencillo e inequívoco a un niño que pretendía ubicarse en el complejo y contradictorio tejido social en el que su tiempo, sus padres y el destino lo habían puesto.
Estos días, los medios de difusión nos traen las peripecias de los políticos catalanes desplazados a Madrid con el proyecto de Estatuto bajo el brazo, y la reservada, cuando no hostil recepción que los políticos de allí les han dispensado. Observando y oyendo a unos y a otros me ha venido a la memoria el sistema de castas, y he creído percibir que los políticos de Madrid pertenecen a la casta de los guerreros. Son rudos, expeditivos, hablan claro, fuerte y con arrojo, son jactanciosos, se ríen con todos los dientes y reparten abrazos y collejas al primero que encuentran. Los políticos catalanes, por el contrario, pertenecen a la casta de los sacerdotes. Hablan bajo y en términos confusos, rara vez se comprometen, miran al cielo o al suelo, nunca de frente, saludan con sonrisas, se tocan poco y dan la sensación de esconder ases en la manga. Unos aspiran al heroísmo, los otros están resignados al martirio; ambos ven en ello distintas formas de salir ganando. Unos y otros son inamovibles en sus convicciones y no pueden cambiar de actitud, porque no hay tal cosa, sino un modo de ser, la forma en que Visnú los trajo al mundo. Por lo cual, a los demás, las otras castas, incluida la de los periodistas, sólo nos queda atisbar a través de las ventanas del palacio y esperar el desenlace de este encuentro, mientras la sufrida casta de los parias aguanta el país con un trapo sucio y una caña."

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