sábado, 17 de abril de 2010

fumarolitas


Ana Botella, estadista de prestigio internacional, dijo hace algunos meses que "el planeta está al servicio del hombre, no el hombre servicio de el planeta". Esta frase tan compleja gramaticalmente, y tan parecida a las que su hombre suele utilizar para deleite de los que amamos la lengua, no debe haber llegado a los oídos del señor Eyjafjallajökull, que se ha dedicado esta última semana a echar humo y humo y fastidiar así la economía y el sistema que con tanto mimo habían creado los que creían que el planeta estaba al servicio del hombre.
Una nube de ceniza de 16 km de alto que ha ido viajando por el cielo europeo y posándose y ensuciando carreteras, campos, montañas, coches, pelos recién salidos de la peluquería, perritos, sombreros, etc ha creado un caos del que los medios se hacen eco desde hace ya unos días. Será que en Europa, lógicamente, sólo atendemos a estos fenómenos cuando fastidian nuestros fines de semana, nuestros viajes de negocios, o nuestros negocios aeronáuticos básicamente. Porque si no recuerdo mal, en México por ejemplo, se convive con este tipo de situaciones desde hace bastantes años. Que yo recuerde, quince, pero seguro que son muchos más.
El volcán Popocatépetl, que se divisa desde las ciudades de Puebla y México DF, tira humo (o fumarolas como allí las llaman) de 10 y 11 km sistemáticamente. No cada semana, no cada mes, pero sí una o dos veces al año dependiendo de la fase en que se encuentre, y supongo que debe fastidiar también algún vuelo.
Al volcán se le conoce también como "el Popo" o "Gregorio" o "Goyo", y en México lo tienen monitorizado desde varias localizaciones para controlar su actividad prácticamente al minuto.
"El Goyo se volvió a echar una fumarolita" es una frase que se puede escuchar en las calles de Cholula bañadas de ceniza, una mañana de un día cualquiera. Y a barrer. Y a limpiar.
Supongo que la fumarola del volcán islandés ha sido impresionante, alucinante, pero no acabo de entender por qué unas paralizan medio mundo y de otras ni nos enteramos.

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