viernes, 16 de abril de 2010

aparejando (18). subcontratar

Hace tiempo que el verbo "subcontratar" ha ido adquiriendo un sentido bastante negativo. En realidad todo comienza (en el mundo al que me dedico) en el momento en que las empresas constructoras dejan de serlo para adquirir el rango de empresas contratistas.
Antiguamente (hoy aún quedan, aunque pocas) las empresas eran constructoras porque construían. Parecerá un absurdo, pero hoy las empresas que gestionan la ejecución de una obra no construyen, contratan. Y han sido contratadas para ello.
Esto no es nada malo, y aunque en otros campos se comprende perfectamente, parece que el verbo subcontratar únicamente sea negativo cuando se trata del mundo de la construcción.
Así es, las panaderías ya no hacen pan, lo compran precocinado, es decir, subcontratan su ejecución.
Y ves tú a saber la cantidad de empresas y fábricas que intervienen en la ejecución de un coche, un iPod o un sofá comprado en IKEA.
Cada vez es más complicado dar con el responsable de un trabajo bien hecho, o lo que es más importante, de un trabajo mal hecho. La cadena es inmensa, y desgastadora.
Sin embargo en los medios, sobre todo cuando se habla de construcción y en particular de prevención de riesgos laborales (antes llamado seguridad e higiene en el trabajo), el verbo subcontratar es demonizado sistemáticamente. Pareciera que el mero hecho de estar subcontratado sea una tara que te impide ver bien, o pisar bien en los andamios, o hace que los arneses se te escurran y el casco salte de tu cabeza cada vez que te lo pones. Pareciera que cuando uno está subcontratado pierde facultades y sentido común. Es algo más complicado, lo sé, pero el sentido en que este verbo se utiliza en ocasionas roza el ridículo.
Antiguamente las empresas constructoras tenían personal propio (albañiles, carpinteros, herreros, pintores...) e incluso un parque de maquinaría (retroexcavadoras, grúas pluma, camiones...). Las cuentas salían porque el sistema estaba montado así.
Pero hoy esta estructura es totalmente inviable (excepto casos muy puntuales localizados en zonas también muy puntuales). Y las empresas contratistas tienen personal propio de otro tipo (administrativos, tesoreros, directivos, técnicos y encargados de obra y algún operario). No tienen ya prácticamente parque de maquinaria y a lo sumo tienen un almacén donde guardar pequeña maquinaría (radiales, martillos, hormigoneras, montacargas, algún andamio).
El resto se subcontrata.
Guste o no. Se subcontrata.
Y es lógico que así sea.
En una obra donde hay una serie de trabajos en madera, se subcontrata a un carpintero o taller de carpintería con infraestructura suficiente (y aún más importante: con conocimiento del oficio y experiencia suficiente) para abordar ese trabajo, y será él quien fabrique las puertas, los armarios empotrados y otros elementos de interiorismo en madera.
Por otro lado, las empresas que se dedican a la instalación eléctrica se encargarán de la iluminación, informática, telefonía, telecomunicaciones, etc.
Hay incluso empresas que son especialistas en ejecución de cubiertas de teja, y seguro que lo harán mejor que el carpintero o el electricista. De modo que a ellas se recurre para cubrir un edificio de teja, colocar los elementos de evacuación e impermeabilizarlo.
Es decir, los albañiles, carpinteros, herreros, pintores, etc. no han dejado de existir, simplemente se han mudado de empresa.
No es nada malo.
La empresa contratista tendrá un par de sujetos (o más en función de la envergadura de la obra), el jefe de obra y el encargado de obra, que coordinarán a todas esas empresas que contratan (o subcontratan), guiarán sus actuaciones, las supervisarán, y responderán de su trabajo ante la propiedad, el cliente, y la dirección de obra (arquitect@ y aparejador/a).
Y eso no es poco, lo puedo jurar.
Además la empresa contratista consigue el encargo, cierra un plazo y un precio, y luego arriesga también dinero para financiar una obra pagando a subcontratistas antes de cobrar del cliente.
El tema de la subcontratación responde básicamente a un cambio en el sistema de producción.
O al deseo de optimizar recursos de alguien en un momento determinado, y que ha sido imitado hasta hoy.
Y da para mucha, mucha tinta.
Pero esa tinta rara vez la vierten técnicos.

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