martes, 8 de febrero de 2011

RELATO DE UN VIAJE ESPECIAL

Era martes y yo, como las últimas semanas, recurría a ir a la oficina para que el tiempo pasara más lentamente. No, mentira, el hecho de ir a la oficina responde a un estado apático con respecto a mi trabajo que me persigue desde hace un tiempo. No es que mi trabajo no me guste, creo que lo que realmente me pasa es que estoy en proceso de reajustar mi vida. Y como es la primera vez que lo siento con tanta fuerza, me siento desconcertado, aturdido, excitado. Y es por eso que necesito que el tiempo pase lentamente, porque a veces cuando uno recibe estímulos constantemente y en gran cantidad, no tiene el tiempo de asimilarlos. Ahora necesito ver esos estímulos, reconocerlos, analizarlos y darles respuesta.
Era martes y yo estaba en la oficina.
Era martes y ella estaba en su oficina.
Ella es María.
Hablamos desde hace un tiempo por medio de ese canal de comunicación tan extraño a veces como es el messenger. Nuevo y extraño, o no tan nuevo ni tan extraño.
Desde que hablamos sé pocas cosas de María. Dice que le gusto. No suele perderse la hora de la comida. Tiene una hija y está separada. Tiene 37 años y dice que soy muy joven. Juega al paddle. Tiene un cargo de responsabilidad en una empresa que hace implantaciones de otras empresas o algo así. No quiere sentir que me molesta y me lo hace saber cuando no le contesto.

(…)

Me hace gracia releer este fragmento. En su día lo dejé ahí, pendiente de finalizar. Ahora pienso que queda mucho mejor así, entre otras cosas porque después de más de siete años de viaje especial me parece bastante exacto el relato y su pausa.
Hoy puedo decir muchas más cosas de María. De hecho en estos momentos me gustaría crear una de esas nubes de palabras que tanto se utilizan actualmente. Ahí vertería mis pensamientos. Sin filtrar. Dejaría que fuera mi inconsciente quien hablara. Temo que si los escribo se vuelvan baratos…
Evidentemente, nos gustamos. Y después de esas conversaciones nos perdimos más de una y más de dos horas de la comida. Trabaja como una mula y a ello une ese mecanismo maternal que le permite desdoblarse y cumplir con ciertas cotidianeidades que a mí me avergüenza admitir que olvidé. Y desde hace cuatro años, estudia. Sigue sin querer sentir que me molesta, lo cual después de todo este tiempo podría sonar a sobreactuación, pero no lo es. Porque la sabiduría no reside en los libros que uno lee o dice haber leído. Ni en la capacidad de escribir, o de analizar, tampoco en los conocimientos sobre Economía o Próximo Oriente. Eso es otra cosa. La sabiduría está en la capacidad de hacer sentir a aquéllos que te rodean en paz, de hacerles sentirse inteligentes, capaces, protegidos, en definitiva de hacerles sentir buenos.
Y María es muy sabia.
Eso lo intuía, quizás, hace siete años.
Hoy lo sé.
Gracias al azar nos encontramos, y seguramente nos encontramos porque no nos buscábamos. Hoy doy dos millones cuatrocientas mil setecientas treinta y cuatro gracias a ese azar por poder escribir estas líneas desde Madrid, donde me mudé hace cuatro años y medio, donde desde hace ese mismo tiempo vivo con ella y con su hija Rebeca. Desde mis 29 años hasta hoy, con 37 recién cumplidos, he aprendido con ellas lo que significa acompañar, priorizar, compartir. He descubierto lo alucinante que puede suponer ser testigo del crecimiento y maduración de una adolescente. Yo, que no hacía demasiado jugaba en el filo de la navaja, desdoblándome también y viéndome en Rebeca desde afuera, descubriendo el mundo, opinando por primera vez, haciéndome oír. “Nunca tomes lo que diga un adolescente como algo personal” y otros aprendizajes. Qué vértigo, qué velocidad, qué intensidad. Y cuánto paladeo…de paladar, de degustar, de entretenerse en mirarnos y sonreírnos.
Y de reírnos sobre nuestros inicios y observar entre estupefactos y sobrados adónde ha llegado el viaje.
300 km. Tres horas.
Y el inicio de una felicidad.
La nuestra. La de ahora.
Porque antes tuvimos otras, y lo sabemos. Y no nos molestan. Al contrario…
Quizá el secreto esté en no creerse que vaya a durar para siempre. Quién sabe…
Pero ojalá sí lo haga. Ojalá sí dure. Que dure, coño…!

O quizá el secreto esté en sus ojos.
Esos ojos…esos ojos
Los ojos más hermosos de la Historia de los Ojos.

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